jueves, 7 de enero de 2016

La Flauta Mágica

Veo tus ojos abiertos, respirando. Veo las nubes en el fondo del cielo que te cristaliza dentro de tu abrigo negro, te hace temblar levemente: se nota en las puntas de tus botas, balanceándose. Tu mirada enorme se fija en el vaho que exhalas. Parece en estos casos que usas la cúpula blanca como pista de patinaje, que te deslizas sobre ella con esa parsimonia y elegancia que solo los abrigos negros permiten, y vas cortando estrellas en el hielo con cada vuelta. Diciembre es tuyo y tú eres diciembre. Caminas.

Noche. Desde la esquina de la habitación, noto como el frío me rompe las palabras, pero tú sólo cortas el hielo, la besas y das otra vuelta. Suena la Flauta Mágica. Coges una copa, y tus labios sonríen pegados a ella. Ella te coge de la mano. Tu sombra violácea se posa en esos dedos atrevidos. Un mechón de su pelo negro cae del recogido ensortijado que tú admirabas, y ahora lo admiras aún más. Te quedas quieto en medio de todo, sosteniendo la mano de la reina de la noche. Notas sus pestañas alargándose, el equilibrio que guarda su mirada azul. El instante eterno y agudo os consume entonces a ambos, y con las emociones como cuchillos y la respiración de puntillas, os adoráis en los dedos y las bocas infinitas, cuevas de casiopeas y prisiones de voz. Noche.