domingo, 13 de septiembre de 2015

Salamanca, o la arquitectura de la luz. Prefacio.

Lo primero que he conocido de esta ciudad es su cálido olor a leche merengada, casi desentonando con la solemnidad del ambiente.

Camino ahora sobre los adoquines de piedra ocre y noto como el suelo se funde con mis sandalias. La luz se dispersa en gargantillas de oro entre estas rúas milenarias, estos muros que me invitan a sus danzas entre esquinas. Casi flotando. Me embriagan mis propios pasos, y yo hago todo lo posible por envolverme en esta obra perfecta, en estos relieves que se presentan más sabios que cualquiera que se digne a mirarlos a los ojos.


Mi cabeza se afinaba igual que los clavicémbalos que no paraban de sonar en ella, y no tardó en  quedar dispersa entre los juegos polifónicos de la arquitectura de la luz.






miércoles, 2 de septiembre de 2015

Impresión en sol moribundo.

Mordemos el anzuelo, y como peces cegados por los cuchillos de luz de las farolas, caemos hacia atrás y golpeamos nuestras cabezas. Estúpidos, desangrándonos en la arena que les sobra a nuestras playas, llorando sobre la piel cruda que tiende a prensarse, a fusionar los bultos jadeantes que se lamen y se tuercen sobre el suelo frío, que resbalan entre ellos gimiendo cobardes, lamiéndose más fuerte, casi sin poder contener ya la sed de volarse por los aires, de tirarse sobre el barro y resbalar, y oír la guerra del golpear del corazón como una bomba nuclear que parte todas las paredes de nuestras venas, nos centrifuga hacia nuestro centro conjunto de gravedad, que nos corre la tinta y las cortinas para quemarnos de noche y vivir de golpes.