sábado, 11 de octubre de 2014

Sus bombillas apagadas.

Vengo a ser una chispa encendida en la noche de las luces.

Vengo a parar de ver todas las bombillas apagándose sin tintinear, a olvidar el recuerdo de verlas separarse y distanciarse de mi pequeña barca blanca. 

Vengo a salvarme de las bocas sin sangre, que cortan los cables con sus labios moviéndose sin cesar, sonriendo a sus mentiras opacas. 
A repartir instrucciones sobre cómo hacer una barrera de cuerdas vibrando para oponerse a quienes pretenden crear su mundo de bombillas apagadas con nuestras corcheas difusas, quienes buscan cajas de vidrio, frías, rotas, extrañas, luciérnagas acalladas entre los arbustos. 
Venimos, que no soy una, a deslumbrar antes que aceptar, y venimos a soñar con ser Sol, volando por las miradas inquietas que tropiezan con nuestros gestos. 

A hacer del estanque espuma, a hacer del zapato danza. Encontrar en las mañanas acuarelas y en las noches carabelas partiendo del puerto del sueño, pintadas. Y cuando se acaben los colores, cuando ya no queden tintas, vendremos a inventarlos nosotros. Y cuando los colores no sean suficiente, seremos uno buscando los versos de un poema; y seremos después ese poema, dando la luz que retrate la cámara mal apoyada a una pared de piedra descubierta en tu Venecia.
Daremos la vuelta a los que nunca nos dejan ser libres, viviendo con nuestras artes.
Porque el mundo es arte, y el arte es mundo, y el mundo nos necesita porque nosotros somos arte. 
El arte de nuestras bombillas encendidas, trazando frases cristalizadas en libretas imaginarias, creciendo en ellas veloces como aviones de papel. 

Arte somos lo que quedamos del mundo escondido en fondos negros. 

Arte de las galaxias indefinidas en el Universo. 


viernes, 3 de octubre de 2014

Ceniciento.


Creo en los días de incienso. Creo en sus altos techos nublados, teñidos de blanco partido. Creo en los saxofones que se acucurran en las esquinas de sus calles sugerentes. Me gustan los cambios de humor, la capacidad de adaptación que presenta la lluvia respecto a la música, a la vez que al ininterrumpido silencio manchado de repiqueteos empedrados. Me gusta el hecho de escribir sobre la lluvia, y me sorprende que todas las almas un poco perdidas acabemos tomándola por nuestro amor platónico, por el sueño inalcanzable, por el rayo de luna que perseguía el romántico lunático perdido por Sevilla. Camino lentamente, trantando de observar, de forma sutil, la cúpula gris reflejándose en los viandantes. Las capuchas visibles, y las invisibles, el chapoteo de los botines negros con tacones altos, fuera de lugar, pero tan cercanos. Los botones de los chubasqueros, separándose a la entrada de las librerías y los cafés. El agua de los charcos, que reflejan un reloj perdido entre la tarde, filtrándose por mis viejas zapatillas de tela, empapando los calcetines. 
Me gusta el desprecio que les tiene la gente. Los besos en el cuello que me da cada gota de agua, inalcanzable para ellos. Esa sensación de exhuberante singularidad y precisa, preciosa locura individual. Cualquier momento en el cual se desatan las alas de las sandalias, y flotas, etérea, entre el onírico placer supremo. Días grises, y de gozos.