lunes, 12 de octubre de 2015

Octubre.

Curioso cómo octubre, sin saber de sentimientos, nos delata pidiendo en silencio abrazos bajo el edredón, curiosos persiguiendo la última mariposa, perseguidos por el olor pesado y denso de las castañas asadas. 
El perfecto dibujante de esquinas antes inexistentes, donde ahora se acumulan las hojas, afinadas por la brisa fría antes de rozar el suelo. Dice ser aquel que vino del bosque y aún late con más fuerza en él, que sigue y seguirá destiñendo sus ocres en las hayas y cabalga en los corzos que se escabullen entre los cedros, y es el reflejo tembloroso de las nubes en el río limpio, colchón de las horas lentas que flotan sobre sus aguas. Que colgará su abrigo por la noche y por la mañana no lo encontrará en la niebla, que guarda en su garganta el sabor a manzana asada y las palabras susurrantes de los viejos contando historias, y en la retina las cosas de casa, la leche mezclándose en el té. Octubre es la tarde. 
Octubre es aquel que no dejará de llover ni dejará de encontrarse caminos. Se volverá a escapar, como siempre, sin dejar nunca de estar en casa.