viernes, 26 de diciembre de 2014

Sueños cansados (declaración de verso)

Cuando tus sueños se cansan de soñarse, vendré y te diré que has perdido demasiados trenes, que tomaste demasiadas aspirinas tirada en andenes de humo, tirada en corazones inventados. Iré y abriré tu libro, y leeré el reverso de tus poesías, porque para leer un simple verso, mis ojos se van, y te miran.

   
 

domingo, 16 de noviembre de 2014

Quedar prendado

Veía su sombra mientras se cambiaba detrás de las sábanas raídas colgadas con pinzas, que jugaban a ser paredes en aquel extraño sitio donde se respiraba el vacío. Y luego ella que salía, y acababa de desnudar la estancia con sus prendas.
Dejaba que éstas presumieran por ella: podía notar los pliegues de la tela verde mirándome por encima del hombro, y la gargantilla, casi invisible, aprisionando mis palabras. También estaban sus guantes, guantes de cuero, elegantes y negros. En la mano derecha, estos sujetaban el libro de poemas malditos (como ella) que pasaba las noches susurrando; en la izquierda, nada más que guante acariciando el aire cargado de polvo.

Yo la veía, la miraba, la observaba, me perdía. Estaba hechizado. Mi sangre jugaba como una niña, corriendo por todos los rincones y recuerdos de mi cuerpo, y llegaba a mis ojos, que miraban a los de ella, y luego llegaba a mi cerebro, que se preguntaba a qué sabría el pintalabios que mordía en secreta fantasía y se llenaba de ideas saltando de su boca, resbalando por su pecho y siendo recogido por aquellas caderas, de la anchura necesaria para dejarme descansar la noche en ellas. 

Siempre me había fijado en los pies de mis amantes. Algunas calzaban tacones y otras sandalias, plataformas y botas de todos los tipos. Cada zapato que había desatado representaba para mí la pierna —y, por metonimia, el resto del cuerpo— de una mujer de la cual me llevaba una parte, una noche, una idea, tiempo y espacio, un suelo sobre el cual caminar con ese tacón o esas botas. 


Blanca iba descalza. 






martes, 4 de noviembre de 2014

Neones azules, jazz.



Hoy la gente encaprichada bajo los neones azules. La gente que pasaba, la que se quedó. Fumadores, botas cruzadas y las cámaras grabando.
Todo el mundo suspendido, sin querer, del tendedero musical que se había colgado de las orejas de los viandantes –personas que accidentalmente se convierten en oyentes–, como pendientes de pequeños milagros que se sonreían con curiosidad.
Abrigos que suman abrigos y dan como resultado miradas, miradas que multiplican miradas y dan como resultado sonrisas, sonrisas, y miradas, y abrigos, neones y botas, fumadores, alineados en el pentagrama que aquellos músicos tocan en mitad de la calle estrecha y oscura.
Y el chico con el abrigo negro susurrará que el usar una escala de jazz como escalera a la noche no le parece mala idea.

sábado, 11 de octubre de 2014

Sus bombillas apagadas.

Vengo a ser una chispa encendida en la noche de las luces.

Vengo a parar de ver todas las bombillas apagándose sin tintinear, a olvidar el recuerdo de verlas separarse y distanciarse de mi pequeña barca blanca. 

Vengo a salvarme de las bocas sin sangre, que cortan los cables con sus labios moviéndose sin cesar, sonriendo a sus mentiras opacas. 
A repartir instrucciones sobre cómo hacer una barrera de cuerdas vibrando para oponerse a quienes pretenden crear su mundo de bombillas apagadas con nuestras corcheas difusas, quienes buscan cajas de vidrio, frías, rotas, extrañas, luciérnagas acalladas entre los arbustos. 
Venimos, que no soy una, a deslumbrar antes que aceptar, y venimos a soñar con ser Sol, volando por las miradas inquietas que tropiezan con nuestros gestos. 

A hacer del estanque espuma, a hacer del zapato danza. Encontrar en las mañanas acuarelas y en las noches carabelas partiendo del puerto del sueño, pintadas. Y cuando se acaben los colores, cuando ya no queden tintas, vendremos a inventarlos nosotros. Y cuando los colores no sean suficiente, seremos uno buscando los versos de un poema; y seremos después ese poema, dando la luz que retrate la cámara mal apoyada a una pared de piedra descubierta en tu Venecia.
Daremos la vuelta a los que nunca nos dejan ser libres, viviendo con nuestras artes.
Porque el mundo es arte, y el arte es mundo, y el mundo nos necesita porque nosotros somos arte. 
El arte de nuestras bombillas encendidas, trazando frases cristalizadas en libretas imaginarias, creciendo en ellas veloces como aviones de papel. 

Arte somos lo que quedamos del mundo escondido en fondos negros. 

Arte de las galaxias indefinidas en el Universo. 


viernes, 3 de octubre de 2014

Ceniciento.


Creo en los días de incienso. Creo en sus altos techos nublados, teñidos de blanco partido. Creo en los saxofones que se acucurran en las esquinas de sus calles sugerentes. Me gustan los cambios de humor, la capacidad de adaptación que presenta la lluvia respecto a la música, a la vez que al ininterrumpido silencio manchado de repiqueteos empedrados. Me gusta el hecho de escribir sobre la lluvia, y me sorprende que todas las almas un poco perdidas acabemos tomándola por nuestro amor platónico, por el sueño inalcanzable, por el rayo de luna que perseguía el romántico lunático perdido por Sevilla. Camino lentamente, trantando de observar, de forma sutil, la cúpula gris reflejándose en los viandantes. Las capuchas visibles, y las invisibles, el chapoteo de los botines negros con tacones altos, fuera de lugar, pero tan cercanos. Los botones de los chubasqueros, separándose a la entrada de las librerías y los cafés. El agua de los charcos, que reflejan un reloj perdido entre la tarde, filtrándose por mis viejas zapatillas de tela, empapando los calcetines. 
Me gusta el desprecio que les tiene la gente. Los besos en el cuello que me da cada gota de agua, inalcanzable para ellos. Esa sensación de exhuberante singularidad y precisa, preciosa locura individual. Cualquier momento en el cual se desatan las alas de las sandalias, y flotas, etérea, entre el onírico placer supremo. Días grises, y de gozos.




lunes, 29 de septiembre de 2014

Fósforo.


El gesto rápido de muñeca enciende el fósforo. Esa llama débil, que encuentra la cera y crece repentinamente, envolviendo el ambiente con un abrazo que huele a esas bengalas de verano que tardan en desvancecerse tanto como la inocencia del momento.
Luego, camino hacia la cama, y me desplomo escuchando el gemido de los huesos, el bostezo estremecido y la trémola lágrima de cansancio que no llega a emerger de esas profundidades de donde vienen las lágrimas. Pero, sobre todo eso, el pitido, incesable, inaguantable, de la duda bordeando mi duermevela.
La duda que siempre vive en el rincón podrido por las humedades de la cabeza. La duda que de vez en cuando despierta y sale de caza por el pensamiento, debilitado por el cansancio físico. La duda, como un águila, la duda, volando.
Y de repente, clic. Todo olvidado. Yo tumbada, y un libro con olor a viejas historias que contar se me cae sobre los párpados (o quizás sean los párpados los que caen, y levantan otra vez, impulsados por las frases yendo y viniendo, girando, bailando, moviéndose a mi gusto).

Y después el papel disolviendo las lágrimas olvidadas en tardes extrañas de principios de otoño.