martes, 4 de noviembre de 2014

Neones azules, jazz.



Hoy la gente encaprichada bajo los neones azules. La gente que pasaba, la que se quedó. Fumadores, botas cruzadas y las cámaras grabando.
Todo el mundo suspendido, sin querer, del tendedero musical que se había colgado de las orejas de los viandantes –personas que accidentalmente se convierten en oyentes–, como pendientes de pequeños milagros que se sonreían con curiosidad.
Abrigos que suman abrigos y dan como resultado miradas, miradas que multiplican miradas y dan como resultado sonrisas, sonrisas, y miradas, y abrigos, neones y botas, fumadores, alineados en el pentagrama que aquellos músicos tocan en mitad de la calle estrecha y oscura.
Y el chico con el abrigo negro susurrará que el usar una escala de jazz como escalera a la noche no le parece mala idea.

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