miércoles, 2 de septiembre de 2015

Impresión en sol moribundo.

Mordemos el anzuelo, y como peces cegados por los cuchillos de luz de las farolas, caemos hacia atrás y golpeamos nuestras cabezas. Estúpidos, desangrándonos en la arena que les sobra a nuestras playas, llorando sobre la piel cruda que tiende a prensarse, a fusionar los bultos jadeantes que se lamen y se tuercen sobre el suelo frío, que resbalan entre ellos gimiendo cobardes, lamiéndose más fuerte, casi sin poder contener ya la sed de volarse por los aires, de tirarse sobre el barro y resbalar, y oír la guerra del golpear del corazón como una bomba nuclear que parte todas las paredes de nuestras venas, nos centrifuga hacia nuestro centro conjunto de gravedad, que nos corre la tinta y las cortinas para quemarnos de noche y vivir de golpes. 


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